Blogia
Como Huellas En El Mar

Correr

Correr

Mi agitación se prolongaba. Tan constante como lo son la noche y el día. No tomó demasiado tiempo mientras pensaba en cómo enfrentarme a esa situación. Corría como una gacela hambrienta, como las maratones a beneficio, como una mujer detrás de un sueño. No iba a distanciarme. Lo habíamos hablado entre dientes, como suspiros mientras mirábamos la ventana acariciándonos. Llenos de alegría.. llenos de esperanza. Esa idea contemplaba. Sólo eso corría por mis venas mientras las calles se hacían una tormenta, mientras el cielo se convertía en lluvia de meteoritos. Todo eso sin frenos ni consuelo.. la gente me observaba con ojos de burla, como si realmente creyeran que estaba loca. Pero nada importó, nisiquiera que las nubes se enfurecieran y comenzaran a destellar. Hasta donde habia caído en cuenta, la lluvia golpeaba mis ojos, como alfileres en punta contra mí. Hasta que mis pies cesaron y todavía faltaban unas quince cuadras para llegar a su casa. Paso a paso, gritaba mi interior, como un fuego que iba y venía por mi garganta, deseando agua, deseando explicaciones para calmar mi angustia. Tomé la calle principal del centro, para aclarar lo que debía decir ante cualquiera que se me interpusiera en mi destino. Los monólogos e intenciones, los sentimientos, las verdades esculpidas para cualquiera que intente separarnos.. 

No había nadie. El centro parecía un pueblo fantasma por la tormenta eléctrica que se había desatado en cuestión de minutos. El placer que sentía por esa lluvia refrescante se disipaba cada vez que recordaba sus palabras de desaliento para con nosotros. Tan frío, tan equívoco en su tono. Llegada a la venida próximo a desenredar mis pies por el cansancio, me sentaba en la esquina donde era fiable en grados de vergüenza. Todo auto que pasase me miraría anonadado. Porque ya la lluvia no eran más alfileres, sino rocas del tamaño de una pelota de golf, que aturdían y me seguían en cada paso, como martillos dándome en la cabeza tan directos como un francotirador. 

Allí estaba. Su hogar. La morada donde lo tenía acorralado, y me lo imaginaba todo como si fuera el caballero armado y él la doncella encerrada por el dragón de fuego. Hice cada paso como si tuviera una cama de clavos y aceite. Me temblaban las manos de sólo pensar que nada valdría la pena... como si fuera un chiquito que su mamá prohibe tener amigos. Como si no fuera lo demasiado grande... 

Posaba mis manos sobre los barrotes de su portón oscuro todo rayado por los idiotas de los estudiantes primarios del colegio a dos cuadras de allí. Todo empapado, y con la vista fija en su ventana, cerrada claramente por la tormenta.. ví que el candado sostenía la traba. ¡No está! ¡Qué bronca, dios! Mis ideas explotaron y se fueron corriendo por la alcantarilla al verme sonrojar de la furia. <<¿Y ahora qué?>>. Me quedaba congelada sin saber como mover mis pies. Había perdido todo tipo de conocimiento al respecto. Parecía analfabeta o algo parecido. Me miraba el cuerpo empapado y me decía entre la confusión y la desesperación, cómo resistir ahora. Sin él, sin su palabra.. sin su amor.

Emprendí camino a la plaza que no quedaba a más de tres cuadras. Iba mirando el piso como una chica derrotada, o abandonada por sus padres. A esa escala era la amargura de no tenerlo a mi lado. Hasta que pensé que mis heridas debían ser escuchadas de alguna manera, así que marqué su número...

Nada. No me atendía. Intentaba repetidas veces, creo que habré llegado a las veintitrés. La sorpresa es que todo se desvanecía, con tan sólo un soplido, como al panadero. Y con la respiración instruída por inercia, mi cuerpo reposó sobre aquél banco de plaza ordinario, todo lleno de hojas, como habría de esperarse. Hasta que escuché mi nombre por la penumbra; los faroles tan antigüos no daban a basto.

- Mar.. mar. - con gritos desgarradores, lo percibí. 

Me di vuelta, con expectativas más allá de lo normal. Él. Todo era él, hasta su perfume podía sentir desde lejos, que no hizo dos pasos y mis pies comenzaron a andar solos, como si mis extremidades hablaran por sí solas. Y corriendo a sus brazos, me detuve de un sopetón, cayéndome fuerte al piso. Vi algo que no quería realmente.. 

- ¿Qué es esto, amor?

- No quería que fueras nuevamente a casa, así que te seguí, porque te vi desde la esquina - con un rudo ademán que admitía su pretensión.

- No habías tomado la decisión. Ella la tomó por vos. 

- No quiero más esto. No quiero más que la paz. 

- Entonces ¿tengo que dejarte ir así, nada más? - resigné

- Debes dejarme ir.

- Pero no quiero dejarte ir, nunca podré hacerlo. ¿No entiendes lo que siento por vos? 

Parecía que mi corazón iba a irse de mi pecho y dejarme un hueco vacío. Porque si él estaba lejos, ¿para qué seguir latiéndolo sin nombre?. No llegué muy lejos con eso, que el silencio de unos cuantos segundos me parecían dardos, como si fuera un tablero. 

- Debo irme, sólo te quería decir que de ahora en más, no nos hablaremos. - y su gesto parecía el más seguro que ví en mi vida.

Lo miraba con los ojos aunque mojados, llorosos de lo que acababa de decirme. Estaban desorbitados fijos mirándolo irse. Ni siquiera se voltió a verme. Tan sólo se iba con paso de militante, hacia los brazos de una sombra.. pero entre la confusión y el proceso de verle ir, ya eran suficientes como para romper mi alma. Me quedé acostada ahí, en el asfalto de rocas mineradas, estirada agarrándome el rostro. 

Mientras mi automático movimiento me arrastraba hasta casa, mi cabeza yacía en huelga. No me respondía. No me daba atención alguna. Sólo era una cosa que sentía otra cosa.. y corría.. hacia la nada, y para colmo, un mensaje me llegaba al teléfono, diciendo: "Hasta siempre, luna, lo siento". 

0 comentarios