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Como Huellas En El Mar

Realidad

Realidad

Siguiente a mi rechazo por despertarme, y que te fueras, prolongué la alarma que habías programado para despedir mi cama. Unas horas más para seguir en el trance que habíamos logrado. Te observaba dormir, calmo y tan pacífico como lo era el río en su mejor día. Mi fortaleza disminuía cada minuto que pasaba, tal si fuera el último día de nuestra vida. Tenías el cabello despeinado, y tu rostro tan angelical se movía por la incomodidad. Mis ojos no paraban de relacionarte con un ser extraño de este planeta. Mis brazos te rodeaban en intento de acobijar tu cansancio. Que por cierto, fascinaba oír mi nombre en aquellos dulces sueños. Hasta la reacción de las moscas al posar tu cara, haciendo muecas graciosas para espantarlas. Y las mismas muecas invocabas para cuando mis manos te acariciaban el rostro. El intento de relajar mi brazo hizo que en un momento tus ojos se abrieran como dos platos del susto. Indignada y todo por tu repentino cese de descanso, sonreíste como si fuera la primera vez que me veías. Sonrojado y acalorado por la subida de temperatura temprana de la mañana, que por cierto era más celeste que de costumbre. 

- Buen día - sonreíste con encanto.

- Buen día, cielo. - devolviendo la sonrisa.

- Creo que en mi desgano, debo irme. Tengo varias llamadas perdidas. - refunfuñaste 

- Si, lo estuve escuchando toda la mañana deseando que no escucharas. Amo cuando duermes tan profundamente - asentí.

Me diste un beso en los labios, eran tan cálidos. Creo que me derretía a tales modales de saludo. Estaba acostumbrada o mejor me tenía mal acostumbrada a esos suaves momentos que no eran fácil de olvidar. Me acarició el cabello con gracia, y sutileza, y me fascinaba. Quedaba totalmente idiotizada por cada roce que me regalaba. Parecía que iba a explotar de la emoción como si fuera el primero que me da. Perdía mi balance cuando estaba cerca. Y sólo lo observaba levantarse de un sopetón ante mí, para cambiarse. Su remera azul con alas de estampa. Su jean gris favorito, sus zapatos y finalmente guardar las gotas infaltables en su botiquín, junto con su celular y auriculares. 

- Paso al baño - con signos de aprobación.

- Claro, ángel. Como si tendrías que pedirme permiso - cité con ironía.

Quedaba acostada mirando la ventana como la luz suave entraba por ella. Sonríendo de oreja a oreja por todo lo que habíamos pasado juntos en la hermosa velada. Aunque mi mente no dejaba de contemplar la idea de la prohibición. Como se me apagaba la sonrisa luego de ese instante, fue irrebocable, y no disimulaba más mi preocupación. Si la verdad me golpea de un cachetazo, debía tomar valor e inhalar un poco más de aire, invocando su nombre de nuevo para tener una charla. No tardó más de unos minutos cuando volvió a entrar por la puerta. <<Que manera de volverme loca>> pensaba entre dientes. Y pegando un giro repentino me acerqué hacia él con toda la energía posible, y entre bostezos le pedí un momento más antes de que se fuera. 

- ¿Y ahora qué? - cuestioné acomodándome los cabellos.

- No sé. - con gestos de desaprobación - deberíamos analizar las acciones de ahora en adelante.

- No quiero que sea clandestino.

- Tampoco lo deseo - me dijo - Aunque tampoco quiero mostrarme como si nada hubiera pasado. Lo digo más que nada por mi familia, y sabés a quién me refiero.

- Lo sé. Tengo en claro eso. 

Pensaba que su ignorancia iba a ser tal para safar de la realidad. Aunque estaba más conciente que yo de las cosas. Mi tristeza abrió paso a gestos incontables de puchero, infantilmente hablando. Y su abrazo reconfortaba toda idea de obstáculo alguno. 

- Todo va a salir bien. Si me juego por última vez creyendo en nosotros, creyendo en vos, sé que va a ser diferente - ilusionado y con su mano en mi rostro. 

- Inspirador, gordo. - con pereza e incredulidad terminé - aunque no dejo de pensar que esto va a ser más difícil de lo que pensamos.

- Nada es imposible, ¿recuerdas?

 

Sabia que decir y como contenerme, pensando que yo debía confortarle. Era tan ilusa al pensar que iba a ser más debil de lo que solía ser. Lo tenía como una frágil hoja volando por ahí, sin destino alguno. Equivocada y en demasía, dispuse de darle un abrazo a paso lento acompañándolo hacia la puerta principal. Que angustia al tener que abrirle. Me le inventé quince desastres naturales y veinticinco excusas idiotas para que no debiera irse. 

 

- Quiero que te quedes - le imploré con mis ojos grandes. 

- Sé que es así, pero pronto nos veremos. No te asustes. No puedo alejarme de vos y lo sabes. - afirmó.

- Te juro que pondría cadenas por doquier para que no puedas salir. Y mandar cartas a tu mamá simulando un secuestro, que estás en alaska, pescando. Bien abrigado por su puesto - sonreí ante esa broma sin éxito.

- Me haces reír. - realmente sonrió hasta largar una carcajada - te quiero, bonita.

 

Si sabes como ponerme en aprietos. Maldición, que hermoso eras. Allí parado en la puerta tratando de despegarte de mis manos. Me pegabas unos besos en seguidilla, como apurado, aunque no te marchabas tan fácil. 

 

- Prométeme que te veré esta noche. - exigí.

- Te lo prometo.

 

Veía tu espalda desde la ventanita de la puerta de entrada, viendo como te dabas vuelta para observarme. Tirándome un beso te sonreí desde lo más alto, ya extrañándote.

 

Horas y sin más remedio que higienizar la casa entera, escuchaba de fondo música teatral. Era relajante y motivadora al refregar los pisos con una aceleración programada. Mis manos en rapidez haciendo una cosa, pero la mente volaba al momento de tus besos, de tu calor tan grato que hacía estremecer la tierra misma. Cuando de repente sonaba el teléfono celular.

- Hola amor, ¿qué sucede? - parecía que la respiración iba a dar cese con los nervios.

- Disculpame. - con tono desgarrador.

- ¿Por qué tienes que disculparte? - mi lágrimas comenzaron a caer.

- No debo seguir con esto, no es sano para ninguno de los dos. 

- ¿Le dijiste a tu mamá que estuviste conmigo?

- No es eso, tengo que alejarme de vos, porque eres como un veneno.

- ¡No mientas! ¡Me lo prometiste! - mi mente iba deteriorando toda lógica.

- Jamás te he mentido. 

- Sí, ¡lo estás haciendo ahora! - grité con dolor y mi pecho se fruncía -  no dejes que nos separen. Dijiste que ahora iba a ser siempre juntos. Nunca rompiste una promesa.

- Hay una primera vez para todo, Mar. - advirtió con furia.

- Entonces, ¿esto fue una venganza?

- No!, claro que no! 

- Permites que elijan tu vida. Mi amor, escuchá tu corazón, por favor. 

- No digas tonterías.

- No son tonterías! - parecía que mi cuerpo ya no era más que un fantasma - prefieres tener una vida así como la vienes llevando, sin mí. Sin mi calor, sin mi compañía. Sabes que esto no es lo que quieres.. y no tengo que decir más.

- ¡Esta es la realidad!

- Pero...

 

Me cortó el teléfono y no tenía más que quedar atónita. Helada por la decisión inoportuna. El dolor intenso en el pecho hizo que me cayera rapidamente al piso con gritos que no salían de mi boca. Con insultos que ni Dios me perdonaría al decirlas. La frustración corría por mis venas. Lo conocía lo suficiente como para saber que eso no era él. Ese no era el hombre que amaba. Había algo más, una realidad que no era la suya, sino de alguien más...

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