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Como Huellas En El Mar

Infectada

Infectada

 

Parecía que de alguna manera habías entrado por esa puerta de madera gastada por los años, con tonadas amarronadas.. con marcas de golpes pasados. Que al abrirla todos los sonidos se ponían en complot para aturdirnos.  Y en instantes controlaba la ira, controlaba la necesidad de golpearle a la cara por todas esas palabras que aturdían mi cabeza. Inevitablemente pretendías que el mundo se arrodillara a tus pies, como algún Dios. Aunque actuaras de manera valiente, nada justificaba tus intenciones. 

- Creo que nos debemos una conversación, por última vez. - citó en forma pausada y nerviosa.

- Creo que deberías irte por donde viniste - refunfuñé. - Las palabras ahora ni a vos ni a mi nos sirven. 

Sabía que esa mueca de tonto presumido revelaba la intención de permanencia en mi habitación como si deseara realmente tomarme el pelo.

- Sabes las cosas como fueron. - suspiró - no intentes ponerme en una posición donde no te convendría. - deseando que acabara con su charla de doble intención prosiguió - Mi vida ha sido un infierno desde que te fuiste. 

Algo me confundía. Pareciera que su monólogo intentaba convencerme de una estúpida lección, pero la intromisión no me dejaba pensar. Estaba parado con aires de elegancia pero no más que con aires de alabanza. Estaba preocupado por cerrar un libro que ya había cerrado hacia varias semanas. Sin embargo, debía escuchar lo que tenía para decir.

- La verdad es que sí. Te quiero. - Al suspirar mi cuerpo se suspendía pero continuaba - No más que a mí mismo al saber lo que es la soledad suspendida en un recuerdo. ¿No entiendes como me sentí?

- No tengo demasiadas palabras para pronunciar ya que todo lo que pueda decir será tomado en suspicacia. 

Qué sería de mi, sin las preciadas palabras. Creía que estallaba de la ira porque sólo deseaba que se fuera. Me sentaba en una posición más cómoda con mi buzo favorito de invierno y mis cabellos que mejor no discutir al respecto..

- Te ves hermosa esta noche - halagaba con pretensión - Dudo que pienses en salir. Aunque debo admitir que eso me encanta - recordaba en su intento de demostra celos.

- Me parece que debes ir al grano. - insistía.

- Todo lo que queda es muy poco. - con ademanes melancólicos decía - Debería permanecer en lejanía con vos, pero aunque quiera enojarme del todo podría pasar un mes y desear saber qué pasa en tu día - intentaba convencerme de algo que ya sabía pero sus labios se sequeban y sus ojos cambiaban en recelo - Y aunque te quiera conmigo para lograr planes y viajes, porque sé que eres una compañera excelente, temo que tengo que elegir. 

Finalizaba esa frase y mi cabeza rodaba por el piso. Mi mirada se encontraba en el piso con la alfombra que en años se había barrido y mis pies descalzos gastados por el día de caminata en la plaza. Tenía frío y levantaba la vista hacia ese rostro resignado que me miraba como si fuera su todo.. y desde luego, una extraña.

- ¿No vas a decirme nada? - con gesto de indignación - bah, qué me sorprendo, si nunca me contestas las preguntas. 

- Espera... - imploraba.

- ¿Qué quieres ahora?

Como decirle insintivamente que las cosas se habían disipado. Que mis sentimientos sólo en sueños lo deseaba más que al alba. Como decirle adiós a la persona que más amaba.. si lo único que intentaba es de que se fuera desde que llegó. ¡Que locura!

- Quiero muchas cosas ... - suspiré - pero una de las que no estoy dispuesta a completar es que no me vuelvas a dirigir la palabra. - intentaba convencerlo de algo que sonaba totalmente banal pero seguí - no paro de extrañarte, de necesitarte, y se que no estoy en postura de pedir nada, y hasta puedo admitir que me siento nada cuando estoy contigo. Como si lo que tuviera para ofrecer es demasiado poco con lo que me has ofrecido en el pasado.

Creía que iba a ser suficiente. Lo miraba penetrante a sus ojos cuando recitaba cada palabra. Sabía que se inquietaba mirando para todos los detalles de mi habitación. Sus ojos se tornaban más oscuros que de costumbre. Me frustraba porque no me miraba fijo, como si ello lo pusiera nervioso..

- También creo que me quieres... - recité.

- No estás del todo equivocada - me afirmó.

- Bueno.. - escéptica compuse una nueva idea - creo que deberías darme un beso de despedida.

Me miraba atónito. Creería que procesaba ese pedido con una rapidez por todas las vueltas de sus ojos. Estaba más preocupada por mi aliento que si rechazara esa proposición. Y sus manos comenzaron a moverse en mi dirección. ¡Qué dilema! Como iría a reaccionar si volviera a tocarme. E inmediatamente cuando se me cruzaba la idea, posaba su mano en mi mejilla acariciándola tembloroso. Y sus labios lentamente se abalanzaban contra los mios, junto a mi respiración que parecía más de una señora de 60 años que de una mujer de 22. Eran tan tibios que me olvidaba del frío que acobijaba mi cuerpo. Eran tan suaves que la seda tendría celos... y lentamente se despegaban de los míos como si lo hubiera saboreado de tal forma como un vaso de Ades por la mañana; frescos y placenteros.

- ¿Te basta? - cuestionó con curiosidad.

- Nunca me bastan tus besos - incité - siempre quiero más. 

- Por ahora creo que vas a estar bien - con un tono de voz calma que me aturdía - es necesario que me aleje de vos.

- ¿Por qué quieres alejarte de mí? - cuestioné con enojo - si lo que mas deseas es que no lo esté. 

Me indignaba de tal manera que decidí permanecer en silencio unos minutos, cuando vi que se paraba de forma agresiva.  

- ¿Finalmente te irás? - con tono de resignación proseguí - sabes que si te vas de esa puerta, no volverás a entrar - amenacé con mi última desesperación.

- Estoy conciente de ello - ya su tono controlaba su emoción, hasta sentía su nerviosismo con las manos enlazadas pero con firmeza finalizaba - sé que te puedo lastimar más de lo que te imaginas. 

- Soy conciente - valga la redundancia - pero si ese es el costo, prometo que lo soporto con tal de estar contigo. 

Mi locura ya era demasiado obvia. No quería dejarlo ir. Ya lo había hecho demasiadas veces, hasta había jugado con todo, y no merecía su atención siquiera, porque el despecho era más grande que el amor que pudiese llegar a sentir. Su boca era mi perdición. Sus manos, si estrangularme era su deseo, dejaría que lo hiciera.. con tal de morir en sus brazos.

- Adiós, Mar. 

Y esas palabras me despertaron de un golpe. ¡Hubiera preferido un tren por mi cuerpo antes que esas palabras! Un sueño más real no hubiese existido. Todo lo que me quedaba era la paciencia.. todo lo que me quedaba eran esos ojos almendra que expiran. Que sólo expulsan una miserable agonía. Y no podía dejar de sentirme culpable. No podía dejar de sentirme infectada por un veneno ajeno tan mío.

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