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Como Huellas En El Mar

Momento mariposa

Momento mariposa

Había una mujer. Sentada nuevamente en su cárcel de turno. Su mente estaba apagada, sus recuerdos eran nulos. Sus sentimientos no poseían color. Había un sol inmenso acechando su ventana, no así alumbrando a su vida, que en agonía, resaltaba lo que quedaba en esa habitación sin sentido. En las cortinas rojas fuego que ningún decorador aceptaría. En sus sábanas vacías que controlaban su temperatura. En el intento casi nulo de mirar sus pies y fortalecerlos para levantarse de su depresión. 

Tomó casi media hora para suspirar lo suficiente y llegar a aquella esquina con verde opaco en sus pies, con esos chupa sangre, que en el fastidio consigue tomar el bendito colectivo. El calor sofocaba sus ideas, sofocaba su mirada así apagándola de un soplo tibio, e incómoda reposó sobre el vidrio.

Una hora, su rostro desorbitado logra despertarse luego de una catarata de agua. Su piel había cedido, sus manos en un tiemble por querer fumar un cigarrillo, logró entender que no estaba en el destino que debería. Sólo había un hombre por delante de ella. Nadie más...

Luego de un rato de procesar esa imagen, el móvil estaba totalmente desolado, como si la soledad misma habría tomado ese vehículo y lo convertía en su habitat natural. Se acomoda el jean, y cuando al fin se levanta de su asiento, logra notar que el hombre también lo hacía. Y a unos pasos de ella...

- ¿Sabes exactamente donde estamos?

No pude emitir sonido. Sólo un movimiento de cabeza para contestar su intriga del lugar en cuestión. Sólo veía campo.. un campo abierto con demasiado peligro al acecho, y encima la noche se acercaba. Lo único que tenía para protegerse era ese hombre.

- ¿Te molesta si bajamos del colectivo? - titubeó. - es demasiado extraño ya que nisiquiera el chofer se encuentre. Además de que me desorienté. Mi novia me estaba esperando en un bar de la estación... 

Era un rostro joven, fresco. Al menos si hubiera escuchado algo de lo que mencionó entendería un poco más, pero estaba concentrada en analizar cada detalle de sus ojos. Un color almendrado que jamás había visto. Sus labios rozados que sin exagerar su grosor, controlaba su mirada. Sus mejillas... su pelo estaba bastante cuidado, y sus manos. Sus manos eran en apariencia suaves, delicadas, y hasta pudo llegar a decir que aterciopeladas. En donde cualquier mujer se sentiría satisfecta de ser rodeada. Y al final, tuvo que soltar un poco de conversación.

- También tendría que estar en otro lugar. Con la diferencia de que a mi nadie me espera, sólo mi jefa totalmente dedicada a su profesión. - dijo con sarcasmo.

Fuimos hacia la puerta, él apretó un botón para que se abriera.

- Te parece si te ayudo a bajar, toma mi mano.

Empezamos a caminar. Ya era totalmente de noche. Los sonidos más comunes eran los grillos que lograban ponerla nerviosa. Pero él pareció estar seguro.

-Sentémosnos en aquél banco de tronco. - le dijo ella - es un buen lugar para pensar. Digo.. por la imagen.

- Que conveniente. - dijo con una mueca casi sonrisa. -

 

La conversación mantuvo un margen. No interpretó casi ninguna. Porque su concentración se perdía en la imagen de aquél hombre. Le intentó hablar de su vida, pero tan vacía no llegaba ni a media palabra. Él sí. Tan intrigante y sofocante, que en cada frase, deletreaba una moraleja.

- ¿Qué sientes con este paisaje? ¿estás cómoda?

- Creo que sí. Lo que yo sienta es un poco irrelevante.

- No seas extremista. Siente la brisa. Siéntete cómoda... yo te mantengo segura.

- Tuve una vida dolorosa..

- No tiene que ser así.

- Es inevitable..

- Cántame una canción..

- No sé ninguna... además, qué haces aquí si alguien te espera.

- Estoy donde debería.

- Esto no es real.

- En realidad esto es lo que vos quieras.

- No entiendo...

- Seré quien vos quieras, como vos quieras.

- Entonces bésame...

 

Esa sensación la mató para restaurarse nuevamente. Sus besos lograron en ella una alteración total del corazón, que tan incompleto estaba. Los dos se miraban como si se conocieran de toda la vida. Y hasta en un tiempo lejano, aniquilando al reloj, ella en su completa desnudez, recorrió el de él, con el próposito de amarlo...

Y despertó. Nuevamente en ese colectivo, había hecho la mitad del recorrido. Sólo pensaba en que maldita es la vida por traerle un sueño semejante, tan real que hasta su piel en falta de vitalidad, se contraía en sólo pensarlo. 

Simplemente se bajó. Junto con ella la decepción de estar rutinariamente equivocada. Caminó directo hacia la costa a sentarse en algún banco hirviendo por el sol de todo el mediodía. ¡Que importa el trabajo! 

Observaba intimidante a los chicos jugar en el césped a la pelota. Las parejitas soñadoras en cercanos asientos, cantándose promesas de amor. Más atrás los autos, que en sus tonalidades frías, llenaba el cemento. Después de pensar y pensar, se tomó la molestia de levantar su cuerpo e ir despacio por la escalera que tan antigua y percudida se encontraba gracias a los adolescentes del club que tanto desagrado le provocaba. Y a lo lejos un hombre misterioso, sentado en otra de las plazas de la ciudad. Aunque ya no dándole mucha importancia.. comienza el retorno.

 

Un joven. Con sueños encontrados, todos los días asistía a ese colectivo impuntual. Tenía que verse con los amigos en la costanera esa tarde, aunque se distrajo con algo más. Una mujer interesante había bajado al igual que él en el mismo lugar. Le intrigaba su mirada tan perdida observando a todos alrededor suyo. Era una chica común, alguien más de las tantas mujeres que veía pasar a su lado. Pero algo esa noche hizo que la siguiera. 

 

Otro día. Otra vez levantarse ambos a tomar el bondi. Con una actitud totalmente obstinada, ambos deciden al mismo tiempo terminar el recorrido y bajarse en el campo de la estación. Cuando ella se baja, se extraña de ver a un hombre bajarse al mismo lugar. Él, se acerca suavemente a hablarle con una voz de preocupación.

- Creo que deberías quedarte cerca, porque esta zona es demasiado terrible. Una chica como vos no debe andar sola.

Se dió vuelta y vió ese rostro con el que había soñado. Y la única reacción que pudo tener esta vez es correr y abrazarlo.

- Perdón si soy entrometida o algo parecido, pero debía abrazarte. Tenía esa necesidad irrefutable de acercarme. 

- No hay problema. 

- Deberíamos sentarnos en el pasto, ¿no crees?

- Me encantaría.

Luego de unos pasos, la conversación se prolongó tantas horas como ella lo había recordado de aquél triste sueño. O tal vez, el mejor de su vida.

 

- Que bella noche. Si pudiera hacerla eterna... lo haría.

- No te preocupes, eres eterna. 

- ¿Como dices?

- Encuentro intrigante todo lo que dices. Tengo la necesidad de pensarlo todo miles de veces antes de contestarte.

- No me digas - en medio de una carcajada - las cosas hay que sentirlas.

- Sí, soy un hombre más bien accionario.

- No parece...

- Puedo parecer lo que quieras.

- No me gusta lo que dices...

- ¿Por qué? - cuestionó - puedo ser tu compañero, tu amigo, tu amor.

- Eso es cierto.. puedes ser lo que desees.

- Quédate conmigo...

- Pero estoy aquí.

- Acércate.. quiero que te quedes conmigo y no vuelvas.

- ¿Que no vuelva a dónde?

- Sabes a lo que me refiero - dijo él. - a donde no sientas nada. A donde todo te sepa a dolor. 

Ella suave se reposó en su regazo. En la fogata que el había armado, porque la brisa era demasiado sofocante, se escuchaban sus promesas de amor. Y finalmente, quedaron dormidos, en un abrazo conciente y severo.

 

 

Él despertó, en su cama de ensueño. Al menos ella viviría en su recuerdo. Algo hizo que ese día no tomara el colectivo...

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