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Como Huellas En El Mar

Mi princesa eterna

Mi princesa eterna

La tarde se hacía más oscura. Desacostumbrada a la oscuridad que llevaba mi corazón, toqué fondo. Volví a renacer entre las cenizas de la equivocación.  Analicé mi vida, mi pasado, mi existencia en su totalidad. Me llevé una sorpresa de la vida en la que estaba acostumbrada a tratar pero el amor tocó la puerta. No pedí esto. Era impresionante lo que una mirada puede provocar… al menos en la mía. Sentía ausencia. Sentía que me caía y que había determinado una solución innecesaria. Porque el amor es un sentimiento abstracto en el que los sentidos se ponen en complot para desarmar ideas de la razón.  Fui decidida a explorar ese roce, en el que el privilegio me internó en su cuerpo. Una hermosa cárcel donde la celda eran sus besos. Una caricia bastaría para internarme en un ciclo vicioso de sexo. Su mayor obsesión.

Cada beso era un zumbido repetido de luz.

Cada caricia fue un recuerdo de cuando era niña.

Cada palabra que de su boca salía, calmaba mi corazón.

Estaba sentada en su alma. En su corazón por pocos segundos, y  fueron suficientes. Me llevaron a un cielo que no existe. A un mundo que sólo las dos éramos sus reinas. De la mano, constante… en el sol, como estrella única. Mi dulce princesa… la última e irremplazable.

Una turbina anduvo mal. El banco donde se sienta está vacío. Penas que he de encontrar se ocultaban como niños jugando a la escondida. La hermosa doncella había escapado.

En la búsqueda impecable que determiné, me armé de paciencia. La que ya no tenía porque  mi mente me jugaba malas pasadas. Me senté en la hamaca a mirar el atardecer, donde la había encontrado, luego de reflexionar la vi venir. La vi llegar a mis brazos, en un estado de inconciencia, donde solo me quedaba llorar. La miré a los ojos y todo lo había entendido, estaba tan preocupada por la perfección que no me di cuenta lo obvio. La estaba perdiendo, en mi almohada, y no me había percatado.

-          Cierra los ojos mi amada – le dije – es hora de descansar.

-          No quiero decir adiós – me dijo con lágrimas en sus ojos – la vida es corta no así mi amor por ti.

-          Imagina un mundo como lo solíamos hacer. En las montañas más lejanas. En un fuego de silencio con mis besos inundando tu rostro.

-          Sí, mi vida. Lo veo – me confesó -.

-          Ahora cierra los ojos y siempre estaré contigo.

Los brazos lentamente se deslizaron hacia el suelo. Mis ojos inundados se desplomaron gritando por última vez su nombre, durmiéndome  en silencio besándola por última vez.

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